poemas que como luces de una autopista, quedan ahí mientras te alejas....

viernes, 22 de marzo de 2013

Naranja tez.



    

Mordí la frutilla.
Chorreó.
Pensé en la noche
no exactamente en la noche
pensé en una noche en esa noche
               noche         alunar
entonces toqué con la punta de la lengua
el lunar apoyado arriba de mi boca.
          Repasé mis lunares.
Pensé nuevamente en la noche
          en esa noche.
Apoyé mi espalda desnuda
sobre el metal de la silla fría
me ericé
miré los pelitos erguidos de mi brazo apoyado en la mesa.
Me vi esa  noche sentada en un bar muy feo
—nada peor que las pretensiones—
me pregunté por qué mi memoria
guardaba el recuerdo de esas rosas
grises rosas de tela hoy
ayer blancas pero igual de muertas
rosas sin olor, en un jarroncito dorado
decorado con otras rosas
rositas más pequeñas
igual de pretensiosas ridículas
más planas 
enterradas en ese estante
ese estante sostenido de una pared de madera falsa
me pregunté por qué en mi recuerdo
ocupaba tanto lugar
                un estante.

      Volví a la frutilla
        me ardió la lengua
    llena de puntitos ácidos
esa misma acidez que me llevó de golpe
de un solo golpe al olor de esa noche
       olor a lavandina rancia
de una mesa limpia con un trapo sucio.
Mastiqué.
Recordé que era invierno
que los vidrios nublados por la grasa
también se nublaban de respiros.

Tragué.

Pensé en la palidez de esa noche en mi cara
en la hinchazón de los ojos
en la sequedad de la garganta estufada
en el revuelto de mi panza vacía.

Volví a morder.
Miré la rojez.

Esa noche
en el bolso, en el fondo del bolso
encontré un paquete de gomitas Mogul
sintí un alivio una ternura.

Estaba sola.
Me sentía sola y cansada.
Con los ojos hinchados la garganta seca
con un paquete de gomitas Mogul en el bolso.
                      Me tiernicé 
como una carne roja cocinada por mucho tiempo
              en su jugo de carne se tierniza.
Sentí una náusea una sola náusea
          profunda
profunda.

Una náusea de fondo
que hizo que el ombligo tocara la columna
y me doliera la panza y la boca y el pecho
la rodilla y la rótula  y la muñeca el codo y la arcada

 logré pedir un agua sin gas.

                            Pagué.
Volví a mí boca.
A mis dientes masticando ahora un pedazo de frutilla.
Puse orden.
Moví la lengua ardida de espinitas
del jugo rojo de la frutilla roja y ácida.
Esa noche de rosas grises de tela sucia
en un jarrón dorado también con rosas pintadas
me levanté empujando la nausea hasta mis pies
me paré
la dejé ahí
caminé segura con la náusea en los tobillos
hacia la mesa de la mujer rubia
que me había estado mirando
por arriba del hombro de su hombre
comprensiva curiosa.
El hombre y su hombro se habían ido al baño.
Caminé con náusea firme
con paso lento
con esa lentitud que se tiene caminando hacia la nada
y seguí
llegué hasta la mesa y me detuve
tomé con mis manos la cara lisa
manchada de maquillaje espeso
naranja y opaco de la mujer rubia
doblé las rodillas
inclinada hacia delante la miré a los ojos

la besé
la besé en largo beso 
beso de lengua
invasivo beso

besé el par de labios secos
que le abren paso a la lengua que no duda en entrar.
Antes de separar la boca de la boca
mordí un poquito el labio inferior
y le dejé la boca roja
afrutillada.

Me incorporé
caminé hacia la puerta
las manos a los costados del cuerpo
caídas 
blandas.

Abrí la puerta y toda la gomosidad se me pegó en la cara
en las cejas
y lagrimearon los ojos hinchados
le di dos vueltas al pañuelo en mi cuello y caminé.
Apuré el paso y la nausea al cordón de la vereda.

Vomité.
Y mientras miraba irse el espeso amarillo brillante
 mi bilis un hilo dorado
                 pensé:
                              ahora tengo un principio
                               para este final de mierda.

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